Comemuslos

Entre el volcán y la nube encontramos el agua. Nos roció como brisa callejera de charcos claros, de corchos chonchos y hules quemados por la sonrisa del mundo. Ahora, dime ¿Cómo llamamos a la tarde en que uno se asoma por la ventana, y la ventana es uno mismo? Quiero decir, ¿Cómo llamas a la tarde en que ves con lo que no te sirve? rodillas, talones, uñas… ¿cómo lo llamas?

Y te preguntarás (me preguntaré) ¿Cómo se apoderó de mí? ¿Cómo lo supo? Eso era lo que estaba evitando, lo que estaba detestando (si el detestar es querer). Esos dos minutos de parque oscuro y flores de invierno, una historia de fuertes raíces, una raíz de fuerte historia, y el beso tímido, al filo de la boca de hoja que te cargabas. Eso no lo detestaba, si lo evitaba. “Lo detestaba evitar”.

“No todo es la cara bonita” y bien… El todo nunca termina, gracias por participar en el descubrimiento de mi mundo. Yo también amanezco con deseo de poesía, siempre y cuando el deseo no persiga malvaviscos en la playa. Soy cangrejo de tierra, pero no dependo de ésta para retroceder. Soy esencia de nada, y por necio, no me mata el tiempo ni el dinero.

En un sueño de nadie vislumbré tus muslos, y no me sentí libre de mirarlos con descaro, fuiste amable de mirarme, incluso de sonreírme, presentar lo mejor de ti, lo peor también, y qué hay peor que lo mejor de ti (viceversa también). Todo parece ser una carcajada de la vida, de la que se ríe de mi debilidad sonriactiva, de mi buen niño. Venga la lluvia impulsiva, cálida, comemundos, comeojos, comehojas, comemuslos.